MEXICO QUIERE CONQUISTAR LA VERDAD (Artículo 2 de 4)

Pbro. Dr. Daniel Valdez García

Dicha expedición de Cortés prosiguió hasta llegar el 21 de abril a Chalchicuecan, sitio que después fue nombrado como la Villa Rica de la “Vera Cruz”, hoy Veracruz, así se corregía el error de haber considerado en Cozumel las esculturas mayas del árbol de la vida como cruces cristianas. Tal confusión pudiera significar un intento de encontrar símbolos conocidos en un mundo que les resultaba extraño: personas que usaban vestidos muy escasos, aves como pericos y guacamayas que hablan el lenguaje de las personas, hacían sacrificios humanos y tenían imágenes de ídolos nunca vistos por los españoles.
Pues, en Veracruz la recepción fue pacífica. Tal vez los mayas habrían conversado con Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, náufragos de 1511. En esta escala veracruzana, se había concebido la conquista. En el reino totonaca-veracruzano de Cempoala, con su inteligente cacique Cuauhtlaebana, apodado “el cacique gordo”, y con la intervención de traductores como Jerónimo de Aguilar y Malintzin, aquí se dio la primera alianza de reinos indígenas con Cortés, quien de inmediato se propuso arribar hasta el Valle de México donde se asentaba el centro de gobierno de casi todo el territorio mesoamericano. Malintzin fue una gran mujer que aprendió las lenguas y pudo hacer traducciones, lo cual es diferente a ser malinchista o traidora como se le ha presentado erróneamente. No cualquiera es políglota, y algo similar podríamos decir de Jerónimo de Aguilar.
Hernán Cortés y sus hombres, perdidos en la selva del sureste se enfrentaron a grupos de lenguas diferentes, encontrar al naufrago español y a una mujer de estas latitudes fue una tabla de salvación. Realmente, fue Malintzin la guía lingüística de la expedición. Ella representa muy bien a la mujer del continente: Se enamoró de Cortés; se convirtió a la hispanidad católica; procreó a la segunda generación de hijos de iberos e indígenas, en este sentido corresponde el mismo y primer papel a Gonzalo Guerrero el náufrago de Chetumal, aunque su memoria se recuperó recientemente porque él formó una familia dando inicio al mestizaje, y luchó contra los españoles al mando de Pedro de Alvarado; Malintzin se alió con el proyecto español; creó la tercera vía de comprensión de la realidad americana, cuando las dos primeras eran el occidentalismo y el indigenismo; colaboró estrechamente con la derrota del gobierno azteca. Después llamada doña Marina, por el bautizo que recibió, fue el modelo ancestral de la moderna mujer mexicana, permeada por dos civilizaciones distintas y en cuya amalgama encontrará el camino de su independencia y de su liberación espiritual, puesto que serán las mujeres quienes también tuvieron un papel protagónico en la Independencia de nuestra patria mexicana.
La alianza totonaca con la hueste española era justa, puesto que deseaban sacudirse el yugo del dominio azteca. Y eso no es traición. Sino que el plano mesoamericano estuvo surcado de grandes reinos, ciudades-Estado, no sólo independientes entre sí, sino muchas veces enemistados a muerte, o sometidos unos por otros. Cempoala, Quiahuiztlan y otros pueblos totonacos permanecían sometidos por la Triple Alianza de México, Texcoco y Tacuba, que los obligaba a un cuantioso tributar en especie y en vidas humanas para el trabajo servil en Tenochtitlán y sin ningún tipo de compensación hacia sus pueblos originarios. En adelante muchos sitios víctimas del mismo régimen continuarían aliándose con los españoles, permitiéndoles conjuntar un ejército indígena que con el suyo propio, dotado de armas poderosas y desconocidas entre los mesoamericanos, fuera capaz de enfrentar al invicto Moctezuma II Xocoyotzin, Huey tlatoani de los aztecas. Con todas las maravillas que se puedan decir de la cultura Azteca, Mexica o Náhuatl es insoslayable que era una cultura expansiva y cruenta.
A la alianza progresiva se sumó Tlaxcala hacia finales de septiembre, poderoso reino enemigo de los mexicas. Por su consejo, el 18 de octubre Cortés sometió a la cercana Cholula, próspero reino comercial y santuario del dios Quetzalcóatl, al que acudían cada año filas de peregrinos. Allí Cortés consumó una primera masacre: logró reunir a los principales del reino en un gran recinto cerrado en cuyas entradas dispuso férrea guardia de jinetes armados. Y desató la matanza. La ambición de Cortés lo llevó a lo mismo de lo que huían los pueblo originarios.
Se sabe que los cholultecas, aliados de los mexicas, prepararon una emboscada a los visitantes; que muy cerca estaba el ejército de Moctezuma; que la celada estaba dispuesta a eliminar a los advenedizos; que la Malintzin descubrió la trampa por comunicación de la esposa de un guerrero cholulteca, que midiendo el peligro quiso salvarla, ya que era mujer de la tierra, ofreciéndole a la vez compromiso matrimonial con uno de sus hijos. Eso tuvo efecto advertencia, de una amenaza de guerra, para que vieran de qué era capaz la armada extranjera que se aproximaba. Era muy difícil, que a estas alturas hubiese la creencia de que los visitantes eran de Quetzalcóatl que regresaba a reinar en una nueva Edad o Sol. Eran culturas ancestrales no tontos.
Cortés ya estaba enterado de la voluntad del tlatoani mexica que trataba de impedir su arribo a la metrópoli. Pero finalmente se encontró con él entrando por la calzada de Iztapalapa hasta llegar a un punto llamado Huitzilan, un poco antes de Xoluco. Fue el 8 de noviembre de 1519. Cortés, con sus aliados indígenas y la experiencia de haber sometido con relativa facilidad a Centla, a Tlaxcala y a Cholula, generó la idea de la conquista. Se trataba de todo un inmenso continente repleto de recursos naturales, mano de obra gratuita, ricas minas de metales preciosos, una multitud innumerable que habría sido el orgullo de Isabel La Católica, que admiró así el crecimiento infinito del “rebaño de nuestro Señor”, y habría sido después un apoyo enorme al liderazgo católico y político de Carlos I de España. Y él, el futuro marqués del Valle, se proyectaría con rapidez hasta las altas esferas de la nobleza española. Cortés tuvo voluntad de evangelizar, pero sus actos de crueldad y rapiña lo llevaron por caminos errados para obtener lo que por ambición lo trajo a este nuevo mundo.
Hernán Cortés prometió de liberar a los pueblos sometidos bajo el yugo tributario que imponían los tenochcas. Pero una vez que cayó el reinado de Moctezuma, creó otro sistema en lugar de abolirlo. Los pueblos originarios, sus aliados, no protestaron porque para ellos el oro que ahora se exigía como tributo no era moneda sino un adorno. Es innegable que hubo importantes reformas; se exigió, de preferencia, un solo tributo de oro y de plata; se procuró cierta independencia de los reinos circunvecinos; se introdujo un nuevo modo de producción; se prohibió el antiguo régimen de sacrificios humanos; se implantó el concepto de la propiedad privada y se cambiaron los productos del trabajo por moneda circulante. Fue una revolución consumada a sangre y fuego; a espada y cruz. Aún no era España la que conquistaba, sino la hueste de Hernán Cortés que a nombre de aquélla actuó con eficacia y aun en contra de su legalidad real representada en las Antillas por el primer virrey Diego Colón y por el gobernador de Cuba Diego Velázquez de Cuéllar, de donde partió desobedeciendo la orden de no salir de ahí.
Cortés, Bernal Díaz de Castillo y otros grandes generales habían visto desde la sierra del Popocatépetl e Iztaccíhuatl la gran ciudad de México-Tenochtitlan, extensa en la isla central del lago de Texcoco, “la Venecia de América” la llamarían, más grande y próspera que Sevilla; la ocupaban cerca de 150 mil habitantes. La ciudad era majestuosa y digna, estaba equipada con todo tipo de servicios para una urbe de su envergadura.
93 días con sus noches fue esa asolada ciudad de Tenochtitlan, primero a cañonazos desde 10 carabelas construidas en el barrio de Atempa en Tlaxcala, para poder navegar en el lago de bajo fondo; y recorrida a galope con jinetes equipados con armaduras y a espada desenvainada cercenando cabezas de los oriundos cayó y calló la grandiosa ciudad. Al parar el ataque salió a la vista el pueblo escondido, mujeres, ancianos y niños esqueléticos por la hambruna prolongada de tantos días, lo que nos confirma que no era cierta la supuesta antropofagia como medida alimenticia, como se difundió por juicios temerarios, ya que si existió tal, tuvo lugar solamente en el seno de ceremonias religiosas. Los españoles se escandalizaron al ver el “ tzompantli”, muro de cráneos, pero no se detuvieron al dejar esparcidos los caminos de cadáveres, sangre, cabellos y sesos esparcidos en paredes y escaleras. No pretendo hacer juicios anacrónicos de los actos de los españoles invasores, pero si equilibrar lo que les escandalizó, y tan solo mencionó el muro de cráneos.