Trabajo invisible o invisibilizado: las trabajadoras del hogar

En el marco de la reciente aprobación de la reforma laboral y del día del trabajo, vale la pena retomar la situación de las trabajadoras del hogar, refiriéndome a este sector de la población víctima de innumerables abusos que históricamente han sido tolerados por todos.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en México, 2,3 millones de personas se dedican al trabajo del hogar remunerado, de las cuales 9 de cada 10 son mujeres y un poco más del 2%, cuentan con servicio médico. El hacer caso omiso como sociedad y no exigir se legisle en la materia las ha colocado en una situación de total vulnerabilidad, ya que no se puede pasar por alto la falta de voluntad política al respecto.
En este sentido, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), es una institución que busca reunir a gobiernos, empleadores y trabajadores con el propósito de establecer normas de trabajo, la formulación de políticas y elaboración de programas que promuevan el trabajo decente de hombres y mujeres. En el caso de las trabajadoras del hogar, se cuenta con el convenio 189, el cual tiene como principal objetivo; regular los derechos de las trabajadoras.
México, firmo este convenio el 16 de Junio de 2011, junto con otros 183 países sin embargo, la lucha que se lleva a cabo actualmente tiene que ver con la ratificación del mismo, es decir, con su incorporación y puesta en marcha de manera formal, a fin de tratar de atender esta deuda social con las trabajadoras del hogar que de acuerdo con la OIT, en nuestro país, un 99.2% no cuentan con un contrato de trabajo escrito y, el 98.3% carecen de acceso a instituciones de salud. Adicionalmente, 71.3% de las personas trabajadoras del hogar no obtienen acceso a ninguna prestación.
En contraste, el 82% de los empleadores de estas personas, cuentan con trabajos formales y el 48.6% tiene acceso a instituciones de salud asimismo, el 27% de los empleadores recibe más de 5 salarios mínimos, lo cual evidencia la enorme brecha de desigualdad.
El país que queremos comienza en casa, reconozcamos los derechos de las trabajadoras del hogar y dejemos de ver esta actividad como menos digna o valorada, necesitamos entender al trabajo doméstico remunerado desde una nueva concepción con derechos y obligaciones para ambas partes, ya que resulta indignante que la ley haya permitido jornadas laborales de hasta doce horas sin seguridad social, sin contrato, sin garantías de una pensión y sin posibilidad de ahorro entre otras privaciones.
Las trabajadoras del hogar no tienen que ser vistas como parte de la familia, ya que ese tipo de situaciones son las que han contribuido a que se inhiban sus derechos como trabajadoras. Reconocer su trabajo, visibilizarlo, y con ello dejar de llamarlas de mil maneras puede representar un gran avance, no son propiedad de nadie, ni “mi muchacha” ni la “sirvienta”, son trabajadoras del hogar y las labores que realizan son igual de dignas que las que se realizan en una fábrica o detrás de un escritorio por lo que abusos, maltratos, humillaciones y discriminación, tienen que desaparecer.
Es necesaria una relación más laboral que afectiva, ya que hasta el matrimonio que es una relación que se da entre personas que se quieren, se encuentra regulada por un contrato. El Estado no puede dejar este asunto como una cuestión “voluntaria”, veámonos como iguales, el trabajo en el hogar puede ser una promesa de desarrollo y no de supervivencia, no más invisibilización e injusticias en el tema.