“Siempre hay que tratar de ser el mejor, pero nunca creerse el mejor”. Juan Manuel Fangio

Cuando lanzaba mi bólido al borde de las banquetas sabía que si se caía era altamente probable que se hiciera añicos, pero si seguía adelante aún con el desperfecto, segurito llegaría a la meta en uno de los tres primeros lugares y eso era motivo de una inmensa alegría que nada ni nadie podía quitarme, ¡vaya! ni siquiera los reclamos de los contrincantes ni las consabidas mentadas de madre, nada, absolutamente nada. Para esos ayeres, era muy común estar al tanto de lo poco o mucho que se llegaba a saber del deporte automotor, estábamos más bien fascinados con el fucho y la lucha libre, pero era otra cosa ir al mercado y comprar tus cochecitos para modificarlos a modo que, primero, se vieran más “chidos” y después fueran “más veloces” Los había de tamaños y colores, pequeños, medianos y grandes, el señor del puesto del mercado Morelos te preguntaba que si eran para echar carreritas o solo como colección, pues obviooooo para echar carreritas en las carreteritas que formábamos en la cuadra. Entonces, exhibía cinco modelos a escala de los prototipos de F1 y en lo personal siempre me llamó la atención el rojo, entonces alcanzaba a juntar mi varo para comprarme uno y hasta dos por aquello de no te entumas (jajajaja) provisorio decían, pero lo que nunca me y nos dijeron era que si el “fierrito” que atravesaba el “chasis” que sujetaba las llantas se amolaba, no había “refacciones” así que había que echar a volar la imaginación y aprender trucos para ganar aquellas mágicas competencias.
Después de la compra de mis bólidos, parada inmediata era la papelería para comprar un rectángulo de plastilina negra, ¡exacto! aquel rectángulo macizo envuelto en plástico para que no te manchara las manos. La idea era hacer más pesado el cochecito para que fuera lo más pegado al pavimento y alcanzara más velocidad. Pero, ¿y las llantas? Entonces mágicamente llegaba el momento de convertirte en un auténtico mecánico y diestro en azares del automovilismo. Lavaba mi coche rojo porque era muy peculiar ese olor del plástico de antaño, lo mojaba y le pasaba el jabón en polvo de mi jefa, después lo exponía al sol y finalmente le daba una secadita con un trapo rojo también, enseguida procedía a aplicarle la plastilina negra en todo el molde del auto, es decir, en la parte baja para que ya pesara, era con los dedos y hasta que le cupiera más y más material negro, de pronto las llantas eran extremadamente ligeras por lo que también era rellenas de “plasti” La situación era saber, ver y esperar que rodara y sobre todo a velocidad…y sí! así fue mi carrito estaba en franca modificación para encarar competencias. El monoplaza rojo ya tenía pegadas en las portezuelas, así como en el alerón y spoiler las marcas de aquellos cigarrillos y refrescos de moda, recortados y pegados con diurex del transparente para que no se notara, las llantas obviamente llevaban sus letras recortadas y pegadas. Uffffffffff.
La importancia de todo ese arte era evitar que las llantas se dañaran, que se salieran de su eje y por supuesto evitar una volcadura. Las imágenes seguramente saltarán en tu mente y corazón. Pues bien, con lo anterior parece que veo a Sergio Pérez, rememorar esas condiciones y volcarse a nivel del gran circo de la F1 por un sitio en la inmortalidad, mismo que ya tiene como el compatriota que ha hecho muchas cosas en el mundial de la especialidad. Cuando veía su feroz y atrevida competencia este pasado fin de semana en el Gran Premio de Estambul, de verdad que solo alcanzaba a rezar que las llantas no le fallaran, que le aguantaran y le permitirían cruzar a meta y subir al pódium, pero sobre todo que saliera airoso y bien de una prueba tan extenuante. Cuando lo logró y la bandera a cuadros ondeaba la neta sentí orgullo y mi corazón le mando el click necesario a mi mente para estrechar esos lazos de ayer con el hoy de un mexicano de gran sepa que está en el camino correcto, en el momento oportuno y que, a pesar de cualquier tipo de adversidad no se detiene, por el contrario, apunta para más y más adelante.
El grado de la conciencia cuando se alcanza el triunfo es equiparable a la honradez de la humildad con la que se trabaja día a día, es decir, podrás estar cayendo, pero jamás debes darte por vencido porque nunca sabes cuándo, cómo y de qué forma se presenta el triunfo y, aunque se tarde…¡no será tarde! PEFULO
Pásenla bien!!!