Reflexiones sobre el confinamiento por el COVID-19

Muchas han sido las lecciones que ha dejado a la sociedad contemporánea la presente pandemia mundial por la proliferación del Coronavirus o COVID-19, así como muchos los estados ánimo que han impactado definitivamente en el colectivo imaginario, hemos pasado vertiginosamente del miedo a la ansiedad, de la pesadumbre generalizada al enojo, de la crítica voraz al complaciente ostracismo detonado por la inactividad.
En este contexto, el mundo comienza a preguntarse insistentemente: ¿Cuál será el impacto real de la pandemia en la macro y microeconomía?, ésta última que afecta directamente a las microempresas, comerciantes, emprendedores y a los bolsillos de miles de familias, para los académicos siembre en el análisis internacional una especie de fiebre especuladora respecto de ¿Cómo será la recomposición de las fuerzas políticas y militares en el orbe mundial?, mientras que para la Ciencia impone la obligación de trabajar contrarreloj para hallar una cura y/o vacuna en el menor tiempo posible y así evitar la proliferación en el número de decesos.
Partiendo de estos supuestos, ha quedado evidente que la crisis sanitaria es un reflejo de la hecatombe de la sociedad posmoderna caracterizada por la implantación de ideologías y estereotipos de consumo, de deshumanización colectiva, de técnicas de mercado avasalladoras que se enquistan en la psique y de formas de comportamiento que un afán integrador de nuevas realidades desdeña también a aquellos núcleos sociales o comportamientos preexistentes, marcando con ello la proliferación de conductas que sepultan la tolerancia y la pluralidad.
Bajo este orden de ideas, la cuarentena mundial extendida ha dejado muestra de que como género humano “nos volvimos cómodamente insensibles”, dejándonos llevar por el frenesí de una vida que se nos volvió cotidiana, perdiendo por desgracia la capacidad de asombro, de indignación frente a la injusticia, de callar frente a la dominación y el avance del imperialismo militar, económico y social bajo la bandera de una necesaria globalización so pretexto de que de no aceptarla nos alejaríamos de la modernidad, conductas que paulatinamente nos degradaron a la calidad de “enmudecidos y doblegados, como inadaptados a la tierra”.
Tristemente, nos hemos dado cuenta con estos sucesos que la ambición desmedida (enfatizando la cualidad desmedida porque la ambición definitivamente es taxativa al ser mismo), en donde pareciera que dentro de los dictados de la sociedad en turno, el principal radica en que de alguna u otra manera el único mecanismo de supervivencia individual y colectiva es formar parte del hegemon o de lo contrario el destino es la neutralización social, es decir, “alcanzamos tal altura que mareamos nuestro mundo”.
De esta manera, los últimos días mucho de nosotros hemos experimentado una especie de melancolía o nostalgia por aquellas cosas que por la misma cotidianeidad pensábamos que serían perpetuas, o bien, permanecerían intactas, ¿Quién no extraña la experiencia de intimidad, expectación y gozo ensimismado que provoca una sala de cine?, ¿Quién no añora el sabor de una cerveza o un buen café en medio de una charla gratificante en un espacio público?, ¿Quién no extraña el olor del pan recién hecho en una concurrida panadería?, seguramente para mis lectores Sociólogos, lo anterior gravita en el mundo de las necesidades creadas o los afectos que redundan en un amor líquido baumaniano.
No obstante, colectivamente la aflicción por aquellas cosas del pasado reciente, nos hace analizar que sin darnos cuenta “el pasto era más verde, la luz más brillante, el gusto era más dulce, la noche de era de maravillas, estábamos rodeados de amigos, la neblina al amanecer brillaba, el agua fluía, el río no terminaba”. Sin percatarnos o quizás conscientemente, “cambiamos un papel principal en la guerra por un personaje protagónico en una jaula”.
De esta manera, la pandemia está y estará presente por algunas semanas, por lo que en internet no han dejado de publicarse pensamientos, memes y toda clase de manifiestos externando esa añoranza, una pandemia que nos ha alejado desde los más lejanos hasta los más próximos, generando un grito profundo que clama: “Deseo que estuvieses aquí, no fuimos más que almas perdidas nadando en una pecera año tras año, corriendo siempre sobre el mismo viejo suelo, ¿Y qué hemos encontrado?, Los mismos miedos de siempre”.
Quizás al leer esta contribución en Trinchera Global piense usted estimado lector que la melancolía o el encierro han hecho mella en mí, lamento contradecirlos o desilusionarnos, las citas (partes entrecomilladas) que aquí se exponen son un breve homenaje a una de las bandas de rock más conocidas mundialmente formada principalmente por Roger Waters y David Gilmour, me refiero a Pink Floyd, frases que al escucharlas me perecieron atinadas para ser utilizadas en la ejemplificación de mi reflexión semanal. Ahora, si les gustan los acertijos los invito a que me digan a qué canciones corresponden cada una de ellas.
#Quedémonosencasa
Twitter: @EdgarMaPe