ABRIL 4: Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor (B) Primera lectura: Hechos de los apóstoles 10, 34. 37-43; Salmo: 117; Segunda lectura: Colosenses 3, 1-4; Evangelio: Juan 20, 1-9.

Pbro. Daniel Valdez García

Hermanos,

En medio de dos fuertes momentos de la pandemia, por segundo año llegamos a la celebración de la Pascua. Sé que además de este lastre otras personas han recibido noticias que no son del todo agradables, como la enfermedad, el quedarse sin empleo, que se estén terminando los ahorros, que suban de precio muchos productos y que por diversas causas hayan fallecidos personas queridos o tan sólo conocidas.

Sin embargo, hoy pretendo ofrecerles motivos para seguir viviendo y agradecer tan gran bendición, por lo cual me permito decirles antes de continuar con la reflexión que pongo a su consideración:

¡Felices Pascuas de resurrección para todos!

La mayoría de las personas católicas sabemos que entre las primeras apariciones del viviente, de Jesús resucitado está el encuentro con las mujeres (afirmación del evangelio de san Mateo: 28, 8-10), con María Magdalena, con los discípulos en el cenáculo y al caer la tarde con los discípulos que toman el camino de Emaús. Vale la pena recalcar que fueron las valientes mujeres, a quienes los evangelistas llaman «las piadosas mujeres» por condecendencia masculina, ellas fueron quienes muy de mañana cuando aún estaba oscuro se encaminaron al sepulcro y fueron sorprendidas por el anuncio de la resurrección que les hicieron los ángeles. Los discípulos encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos recibieron a Jesús resucitado, y, como dije hace un momento, dos de los discípulos que iban camino de Emaús dialogaron con él sin reconocerlo cuando casi llegaban y estaba a punto de oscurecer lo descubrieron al caer la tarde en la fracción del pan. Cuando es más oscuro, Jesús más luminoso llegó para hacer arder el corazón y lo reconocen «al partir el pan». A Cristo resucitado se le encuentra en la Iglesia, en la fracción del pan y el su palabra, que es el signo por antonomasia, esa fue la experiencia de María Magdalena y de los discipulos de Emaús.

Tengamos en cuenta que la resurrección tiene signos emblemáticos, como son: la guardia puesta en el sepulcro, el sepulcro vacío, la palabra, el cuerpo con las llagas gloriosas que traviesa puertas, ventanas y muros, y que Jesús come con sus discípulos.

Hagamos una primera conclusión las grandes obras de Dios, como son la encarnación y la resurrección, las anuncian los ángeles no los hombres. Las personas son testigos para ser mensajeros, es decir evangelizadores tanto de la encarnación como de la resurrección. Así fue con los pastores, los sabios venidos del Oriente para adorar al niño Jesús, y en la resurrección serán las mujeres, los discípulos en el cenáculo y los discípulos de Emaús.

Las celebraciones de la Navidad y de la Pascua nos ponen a las personas en doble movimiento, unos muy material y otras más espiritual. En la actualidad, tanto la Navidad como la Pascua están llenas de mucho ruido. El ruido no hace bien, y el bien no hace ruido. En el silencio ocurrieron tanto el nacimiento como la resurrección. Los ángeles cantaron el gloria de paz a los hombres por el amor de Dios y Jesús dio a sus discípulos las paz porque él es el Señor de la Pascua y «el príncipe de la paz» (Isaías 9, 6). «El es nuestra paz» (Efesios 2, 14). Sea lo que sea que hayan pasado en estos confinamientos, les digo no pierdan la paz, donde hay paz hay esperanza. Donde hay esperanza, hay fe, y donde hay fe suceden milagros. La esperanza es una sencilla brizna que mantiene la fe viva, es como una humilde brasa o semilla de mostaza.

Hace unos diez años fui invitado a vivir el retiro de preparación del capítulo general de las hermanas misioneras de la sagrada familia. El retiro lo preparé basándome en la palabra bíblica de «parroquia», del vocablo griego “paroikía” que significa “ser forasteros, peregrinos”, como lo fueron Abraham, Moisés, Jesucristo y sus discípulos, basta con citar los siguientes pasajes del Nuevo Testamento: Efesios 2, 19; I Pedro 1, 17; I Pedro 2, 11; Hebreos 11,13. Incluso, bien puedo afirmar que los sacerdotes párrocos somos como aves de paso, somos los forasteros que estamos llamados a hacer el bien. En fin, todos somos en griego “paroikía” que peregrinamos a la casa del Padre, pero tenemos una misión que cumplir y descubrir en el querer de Dios.

Segunda conclusión, en este tiempo de confinamiento por la emergencia sanitaria hemos estado como forasteros y peregrinos, yendo de la emoción a la depresión, de la alegría a la desesperanza hasta tomar decisiones que lleven a la comunidad a la conciencia de su enraizamiento al misterio pascual de Cristo volviendo a la paz que Dios da y nadie nos puede arrebatar, por eso Jesús dice a las mujeres a mujeres que fueron al sepulcro, saliéndoles al encuentro, les dijo: «¡Salve!», que significa «Dios las guarde» (Mateo 28, 8-10). Pues esa es mi felicitación de Pascua para todos ustedes: «¡Salve!»,«Dios les guarde».

Amén, amén, Santísima Trinidad.